170 ° Aniversario de la Villa de Espita

Publicado en 28 de Abril
Cultura Espita
Aniversario Espita

DISCURSO DE ANIVERSARIO NÚMERO 170.

Es un honor a mi persona que el Cabildo de la Villa de Espita me haya designado como orador huésped para esta sesión pública de aniversario. Mi agradecimiento a la Sra. alcaldesa, Mtra. Martha Mena Alcocer, por esta deferencia tan gentil para dirigirme a mi pueblo, y es que nadie es profeta en su tierra.

Con la venia de ustedes inicio, a manera de epígrafe, con un fragmento del poeta español Antonio Machado:

“Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo el camino…”

Así resumió este poeta el fugaz paso del hombre por la faz de la tierra, pero también de los pueblos con sus respectivos grupos sociales. Dicen algunos que el pasado ya está pisado y no tiene importancia mayor o tal vez, es nostálgico. En el primer caso es bueno pensar así para quien carga un peso de su pasado y precisa del olvido, pero quiérase o no, ese pasado deja huellas que pueden ser buenas o malas y se llaman experiencias, al fin, el presente que se vive es consecuencia de lo que hicimos en el pasado o dejamos de hacer, por eso pasa y queda algo, o mucho, en el presente. Éste, (el presente) según lo recorramos haciendo un buen camino, determinará nuestro futuro, porque no es cuestión de suerte, sino de construcción lo que logremos en nuestras vidas. No hay más destino que la muerte, lo demás lo decidimos nosotros.

Por eso pido al respetable público, autoridades y distinguidos visitantes, que imaginemos una cadena con tres eslabones; pongámosla en nuestra mente, es la cadena de la vida; a la izquierda, el primer eslabón es el pasado, en el centro el presente y a la derecha el futuro, nuestro futuro. Les pido su colaboración en estos tres tiempos de la vida para precisar el análisis que se pretende en esta disertación acerca de nuestra tierra.

¿Qué es Espita hoy? Requiero comparar para intentar responder el cuestionamiento. Utilizaré mi contemporaneidad y solicito disculpas por ese egocentrismo, pero es lo que puedo testimoniar en los hechos. Ya lo hice por escrito y se ha publicado en redes sociales y en el libro Historia del Ferrocarril en Yucatán, recién presentado en la FILEY, y en él hay tres colaboraciones de un servidor relacionadas con la vida en esta nuestra querida tierra.

Recuerdo los años cincuenta con unas mortecinas luces, que parecían de veladoras, en el parque principal, prácticamente desierto; jugábamos unos cuantos niños en el centro, el “Pepino Vecino” entre cuatro postes situados en la parte superior de dos basamentos redondos a lo que en su conjunto llamábamos el pastel. Sólo había una vendedora de golosinas: pepitas, cacahuates, y según la estación, chinas, nance, ciruelas y sicte, pero eso sí, veíamos millones de luciérnagas que parecían confundirse con las estrellas cuando mirábamos hacia la Plaza Méndez, que así se llama donde hacen las corridas decembrinas y antes, incluyendo el mercado y los dos parques del centro fue la Plaza de San Francisco. Así la llamaron los primeros religiosos que construyeron nuestro templo, hoy parroquia de San José cuyo bello frontispicio iluminado nos sirve de espléndido marco esta noche.

Ya había cuatro escuelas primarias, pero sólo una era completa, ni secundaria ni jardín de niños. Había médicos particulares, pero no servicios públicos asistenciales, era muy alta mortalidad infantil, similar a la de Honduras. Mucha deserción escolar, unos cuantos terminaban la educación primaria y muchos menos podían continuar la educación superior en la capital.

No había fuentes de trabajo, nuestros hombres de campo se dedicaban a la milpa y a veces el producto alcanzaba para el auto consumo. Tenían que salir a trabajar a otros lugares para fomentar los ranchos a la zona ganadera; retornaban los sábados. Las viviendas casi todas de piso de tierra y endebles, de paja y madera rústica.

Hoy sobra decir que aquello, aunque de manera lenta, ha quedado atrás. Parece que el desarrollo turístico del Caribe Mexicano vino al rescate, pero aclaro que aún nos falta mucho para alcanzar un verdadero desarrollo con justicia social. Nos falta mucho, pero lo dejaremos para cuando hablemos del futuro.

Pasemos ahora al pasado y ese es el motivo de la invitación para estar con ustedes en esta cálida y emotiva noche de abril, porque se trata de conmemorar que hace 170 años, el pueblo de Espita fue elevado a la categoría de Villa por el desarrollo mostrado hasta entonces. Pero hay un estancamiento de casi doscientos años, porque también tuvo la categoría de ciudad en la segunda década del siglo XX y no se conservó. Debemos analizar los sucesos no en la búsqueda de culpables, porque a lo mejor resultamos todos.

Es en esto cuando debemos mirar al pasado para no cometer los mismos errores, sino enmendarlos y conjugar nuestras fuerzas para lograr entre todos, con la colaboración de todos, que Espita sea mejor, como la hemos soñado, pero nos han faltado acciones en nuestras coincidencias porque a veces damos mayor importancia a las diferencias, que muchas veces tan solo son triviales.

Les habla un espiteño amante de su tierra porque eso amamanté de mi madre recién fallecida. Vine para hablar con sinceridad autocrítica y no haciendo una apología de discursos agotados y romanticismo acedo. Se trata de propiciar la reflexión en mi labor de cronista sin soslayar que soy educador de profesión.

Hagamos un breve recorrido histórico. Los primeros datos de Espita aparecen en el Chilam Balam de Chumayel traducido por Don Antonio Mediz Bolio. Dice que mucho antes de la llegada de los conquistadores ibéricos, y no digo españoles porque es difícil precisar a España en aquella época que estaba compuesta por diversos territorios cristianos, pero dominados por los moros durante 800 años. Dos reinos los logran expulsar, pero el de Castilla era más empoderado con su monarca Isabel la Católica, porque también en aquel entonces había mujeres liberadas e hizo más protagonista a su reino, con sólo una evidencia basta, el idioma dominante era el castellano, que junto con la religión nos trajeron los hombres blancos que se impusieron a los naturales por su tecnología de guerra más avanzada.

Pero Mediz Bolio nos dice que cuando los indígenas peregrinos en la llamada Pequeña Bajada buscaban un lugar para establecerse pasaron por Xppitjá, pueblo también, lo que significa que existían grupos mayas arcaicos sin recibir la influencia de otros procedentes de las altas regiones.

El traductor nos dice que antes de pasar por estas tierras, aquellos hombres errantes lo hicieron por Sucopo donde comieron anonas, por Kikil donde contrajeron disentería; precisamente en ese lugar, muchos años después se encontraría otro Chilam Balam, el de Kikil. Los chilambalmes son libros escritos por los sacerdotes mayas, pero ya con caracteres españoles. Pasaron luego por Panabjá y Suciljá.

Xpiitjá, lugar de poca agua, no hay cenotes. Parece que el más cercano estaba en el entonces pueblo de Tzab Canul hoy es un barrio de nuestra población, hoy totalmente recubierto con pavimento. Es imprescindible contar con una fuente del vital líquido para un asentamiento humano, así es que seguro la hubo, aunque literalmente haya sido poca.

Espita, es una deformación del nombre original y en castellano significa un grifo distribuidor de agua desde los barriles. Creo tiene relación para administrar la poca agua, además de la cierta homofonía.

Con la conquista de hace 500 años esta región se vuelve una encomienda Granados de Baeza era el administrador, el encomendero. Viene a buscar los tributos que impone la corona española y esclaviza con todo y su Batab, pero a la vez llegan los franciscanos para enseñar la nueva religión y educar con las nuevas técnicas de trabajo; ellos construyen, desde luego con las manos indígenas, el pequeño, pero hermoso convento que hoy es la casa cural y este majestuoso templo que presumimos los espiteños siempre. En principio fue su techo de palmas, hasta que se quemó y optaron por la bóveda de cañón, que una noche a principios del Siglo XX colapsó sin la pérdida de vidas humanas.

Cuando se termina de construir este templo con la torre sur en 1752, llega a Espita una expedición encabezada por un capitán de la milicia española llamado Pedro Bernardino Peniche, con él otros soldados y familias con apellidos castellanos. Peniche, al parecer, es de origen portugués. Para quien les habla, allá inicia la verdadera conquista de Espita y en menos de 100 años esta población era muy próspera, desde luego explotando a los trabajadores indígenas. Surgieron las primeras estancias ganaderas que luego se convertirían en prosperas haciendas.

México logra su independencia, pero no aprende a gobernarse y eso ocasionó vivir constantes asonadas, como en toda América Latina. García Márquez en sus novelas nos lo narra y vemos grandes similitudes.

Cuando el levantamiento separatista federalista iniciado en Tizimín, las tropas espiteñas republicanas centralistas al mando del Coronel Rivas, logran detener el avance al derrotarlos en Holcá. Santiago Imán, el líder rebelde, se refugia en la selva y la guarnición de Espita engolosinada ataca Tizimín, pero esta vez son derrotados en el mero centro de la hoy Ciudad de Reyes.

Espita se convierte en cabecera del partido del mismo nombre y su primer jefe político fue Don Juan José Méndez, izamaleño de nacimiento y un gran ordenador de la vida en la población. Ocupó dos veces ese cargo y construyó el Palacio Municipal que en principio fue un cuartel.

La producción espiteña era famosa como se testimonia en la revista de una feria agrícola y comercial celebrada en Mérida en la primera mitad del siglo XIX. Destaca su producción de azúcar, ron, tabaco, fabricación de puros y cigarros, frijol de diversas variedades, yuca, miel melipona, maíz, almidón etc. El más destacado productor entonces fue Don Quirino Peniche.

Cuando la llamada Guerra de Castas, Espita estuvo ocupada durante nueve meses y no hubo tanto destrozo, ambos bandos contendientes requerían alimentar a sus tropas y Espita era grande en su producción. Decidieron no tocarla, salvo en el intento conocido como los Quince de Espita que no pasó de ser una reyerta de menor importancia ante la magnitud de la guerra, pero sin duda un hecho heroico aquí, y en cualquier parte salvar la vida a los habitantes inocentes, tanto blancos como indígenas pacíficos. Hay un obelisco que lo conmemora como tal. En Tunkás entraron los sublevados y masacraron a la población, llevándose a las mujeres hasta las selvas de lo que hoy es Quintana Roo. No estamos a favor de ningún bando porque genética y culturalmente somos mestizos, esas dos gotas de sangre corren por nuestras venas, nadie tiene pureza sanguínea por ningún lado.

El caso que cuando la guerra se centró en unas regiones alrededor de Chan Santa Cruz, hoy Felipe Carrillo Puerto, en el recuento de los daños, Espita aumentó su número de haciendas y Valladolid sólo conservó unas cuantas.

Viene el periodo porfirista y Espita se vuelve un pueblo modelo de desarrollo, dice Aboites, era un orgullo de ese régimen. Se urbaniza, existen dos teatros, varios periódicos y revistas, había un gremio de empleados de las artes gráficas. Destaca la cultura y a la par la producción que hace llegar hasta inversionistas procedentes de Mérida como Olegario Molina; compran tierras y traen la producción de henequén. Espita es exitosa y más con la llegada del ferrocarril que transporta su producción comercial. Pero era injusta la distribución de socioeconómica, aunque había paz. La Pax Porfiriana.

Llega la revolución desde otras regiones, se libera a mil peones acasillados y se decretan reglamentos laborales. Continuó la producción, disminuida pero redituable aún. En los años treinta un nuevo decreto expropia gran cantidad de tierras y los hacendados se van, la última hacienda, la grande, Aktunkú cerró en 1933, porque los líderes locales les quitaron más tierras que las autorizadas. Solo esa hacienda generaba 500 empleos.

En 1933 inicia una larga decadencia, los capitalistas se fueron con sus capitales y aquí no había trabajo, ya tenían las tierras, pero no había el suficiente apoyo para hacerlas producir. Nuestros campesinos venden su mano de obra a los rancheros de la zona ganadera. Había mucha pobreza, se fueron los obreros, los grandes comercios. La revolución que debe acelerar la evolución no llegó oportunamente con sus beneficios, sí con la destrucción del Antiguo Régimen. Fue hasta los años sesenta, y eso gracias a las relaciones de espiteños en el mundo de la política estatal y nacional. Llega el centro de salud para atención social con los servicios de salubridad, el agua potable, la electrificación conectada a la red nacional y la primera carretera pavimentada hacia Calotmul, aunque anhelábamos la Espita-Dzitás; se crea una unidad de riego en la que se depositó mucha esperanza.

Es hasta los años setenta cuando surge la construcción turística del Caribe Mexicano y empiezan a notarse los cambios. El Caribe absorbe la mano de obra espiteña con mejores sueldos y lo sigue haciendo. Los hijos de esos trabajadores hoy están logrando títulos universitarios y propiciando la movilidad social. Las casas habitación, hoy son de cal y canto casi todas; llegan cadenas comerciales a la población que cada día es más vívida y enjundiosa.

Futuro. Leo en las redes que jóvenes enamorados de su pueblo denominan que Espita es un pueblo mágico y los es en nuestros corazones y nostalgia, pero no lo es cuando a la clasificación nacional que nos aportaría muchos recursos más. Para lograrlo se requiere de la colaboración de todos respetando los reglamentos que se dictan por las autoridades federales. No es cuestión exclusiva de las autoridades municipales, debemos conservar todo de nuestro patrimonio, arquitectónico y cultural. Si queremos ser un pueblo mágico, colaboremos, hagamos lo que a cada uno corresponde.

El turismo es una buena fuente de desarrollo; inversionistas extranjeros se han fijado en nosotros. ¿Cómo colaboramos las autoridades y ciudadanos para hacer crecer a una industria que detone en otras actividades? Espita tiene un gran futuro, así como nuestros antepasados soñaron y actuaron para tener una secundaria y luego una preparatoria y hoy tenemos varias de esas escuelas, ahora hay que soñar y actual para encontrar el camino que nos permita tener una universidad. Hay que gestionar y no esperar que ocurra como una decisión ajena.

Nunca olvidar la tierra que nos da frutos, hay que explotarla con responsabilidad. Tengo fe en los jóvenes que transformarán a nuestro pueblo y lo harán grande con bases firmes, poniendo por encima de nuestras diferencias las coincidencias, en las que hay una fundamental: Nuestro amor a Espita, esta tierra bendita.

Antes de concluir me permito abusar de la amabilidad de este honorables cabildo para hacer una respetuosa sugerencia: Que la casa de cultura lleve el nombre de un artista espiteño de prestigio estatal y nacional, un maestro de la pintura, que además fue su primer director, ya fallecido. Pido el nombre del Maestro Juan Ramón Chan Alvarado un distinguido espiteño, orgulloso de sus orígenes.

Pongo su amable consideración.

Y me permito concluir con una expresión del exquisito escrito internacional Don Ermilo Abreu Gómez, cuando el 14 de septiembre de 1970 visitó nuestra tierra como mantenedor de los juegos florales. Cito: “Si es que las almas existen, dentro de 100 años retornaré para cantar las glorias de Espita.” Nos faltan 48 para lograrlo y yo sólo pediré desde el Más Allá al gran maestro de la pluma me permita acompañarlo para escuchar la delicada inspiración y sinceridad de su canto poético loando a mi pueblo y aplaudiré haciéndole los coros.

Larga vida y prosperidad para nuestra tierra, queridos paisanos. Hagamos el camino, porque como decía Atahualpa Yupanqui es demasiado aburrido seguir y seguir las huellas, Mejor dejemos las nuestras para construir el futuro.

Viva Espita por siempre.

José Antonio Gutiérrez Triay

Cronista Oficial de Espita

28 de abril de 2022.

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